domingo, 27 de junio de 2010

San Juan en Luang Prabang

Publicado por Ra y Di
Nos levantamos a primera hora de la mañana para cruzar la frontera y empezar nuestro camino por Laos, un país al que ya le teníamos ganas desde que el año pasado planeáramos ir de vacaciones pero que al final todo acabó torciéndose.

La cosa fue bastante rápida y sin darnos cuenta ya habíamos salido de Tailandia, cruzado el Mekong y entrado en Laos previo pago de los 35 US$ que los españoles debemos soltar en concepto de visa. Una vez con el pasaporte en regla tocaba buscar la manera de llegar a Luang Prabang de la forma más rápida posible. La primera intención era la de pasar un par de días un poco más en el norte del país pero viendo que a nuestros compis de viajes se les acaban los días decidimos bajar directamente hasta el primer punto de visita obligado. La manera que utiliza casi todo el mundo que entra por la frontera del norte es la de una embarcación típica laosiana que tarda unos dos días en bajar por el río Mekong hasta Luang Prabang. Seguramente sea toda una experiencia (aunque dos días sea algo cansino) pero como a las niñas no les hacía ni pizca de gracia lo de la barca nos tuvimos que buscar una alternativa terrestre, algo más cara. En principio era un bus de 15 horas nocturno pero a última hora y por el mismo precio del bus nos pusieron una mini furgo que en teoría tardaba sólo 10 horas…aunque acabaron siendo casi 13.


El trayecto en sí, sino fuera por lo pesado de la duración, es un continuo impacto visual. Nada más ponernos en marcha ya nos dimos cuenta que Laos poco tiene que ver con su vecina Tailandia… para empezar únicamente dispone de una carretera decente que atraviese la parte norte del país…y por decente se entiende un camino a medio asfaltar lleno de curvas que si llueve se inunda y en el que hay que ir esquivando a vacas, cabras, perros y niños.


Otra diferencia es el paisaje tan brutal que vemos desde las ventanillas de la furgo…lástima que con tanto meneo no nos quedara ni una foto decente para enseñar… subimos montañas cubiertas de una niebla tan intensa que apenas te dejaba ver tres metros adelante… atravesamos selvas teñidas de un verde intenso y salpicadas de pequeñitos pueblos donde los niños corren descalzos en su mayoría e incluso sin ropa. A primera vista Laos nos parece mucho más pobre que sus vecinos pero a los locales parece no importarles demasiado ya que viven alegres y relajados… ha sido entrar en Laos y el tiempo parece haberse vuelto un poquito más lento.

Al final llegamos a Luang Prabang hacia las 10 de la noche pero encontramos alojamiento bastante rápido. Nos instalamos en una pensión en la calle central, muy limpia y baratita de precio, casi unos 6€ al cambio, con tv y lavabo propio. Esa noche comimos algo rápido y directitos a la cama…estábamos reventaos de tantas horas embutidos en la furgo.

A la mañana siguiente alquilamos unas bicis para recorrernos la ciudad, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco. Si tuviera que buscarle algún detalle para definirla sería el color. Luang Prabang está llena de casitas coloniales estilo francés de un blanco casi nuclear que se mezclan con el verde de los árboles que envuelven la ciudad, el naranja intenso de las túnicas de los cientos de monjes que la habitan, el dorado de los templos, el marrón del Mekong que la envuelve y por si no fuera poco por el tuti frutti de colores de las telas y lamparitas del mercado nocturno.


Tras visitar algunos templos y subir al monte que hay justo en medio de la ciudad para verla desde arriba nos fuimos a comer y a pasar la tarde de la forma más relajada posible…como ya he dicho Laos me ha sorprendido por el ritmo tan relajado que tiene y que te contagia nada más llegar…una alegría después del frenesís de Tailandia o de Kuala Lumpur.



Nos dimos una vueltecilla por el mercado nocturno (como no) e hicimos tiempo hasta que nuestro estómago empezó a pedirnos candela. La intención era cenar en algún puestecillo del mercado y probar las especialidades locales pero una “pequeña” tormenta nos pilló en mitad del mercado mientras asistíamos incrédulos a la desaparición del mercado por parte de los vendedores…vamos, que ni los que venden bolsos robados en Las Ramblas desaparecen tan rápido cuando viene la poli… así que nos quedamos medio tiraos y viendo que se nos pasaba la hora de cenar acabamos debajo del parasol de un puesto de baguettes que había allí mismo comiendo bocatas de pollo y atún con un pan algo revenío…


Una de las cosas que hay que hacer al venir a Luang Prabang es asistir al ritual que cada mañana tiene lugar en la calle y con los monjes de protagonistas. Sobre las 5 de la mañana los monjes salen a recoger alimentos que la gente local le mete en los cestitos que llevan mientras que los cientos de turistas hacen fotos como locos y participan de la ceremonia. Así que nos pusimos el despertador aunque no teníamos mucha fe en si nos levantaríamos…al final así lo hicimos (menos Dídac) aunque nuestro gozo en un pozo al ver que llovía a cántaros…así que mientras las niñas esperaban en el balcón de la habitación por si amainaba yo me volví a la cama. Al final, nada de nada y sólo salieron los monjes novicios y con paraguas… como iban tan flechaos casi ni los vimos así que todos a la cama a seguir durmiendo.

Por la mañana nos metimos un buen desayuno (Luang Prabang está llena de panaderías con croissants calentitos y café recién hecho que nos hemos puesto finos los 3 días…) y pillamos un tuk tuk para que nos llevara a ver unas cascadas a las afueras de la ciudad muy típicas de ver.


Al estar a principios de temporada de lluvias las cascadas no bajaban con demasiada agua pero aún así pasamos un buen rato en las piscinas naturales de color turquesa que se forman por el río. Nos aventuramos a meternos a pesar del día medio lluvioso y de lo fresquita del agua… hasta que unos pececillos empezaron a rodearnos los pies y a darnos pequeños mordisquitos…


Esa noche como despedida de Luang Prabang y para celebrar la verbena de San Juan nos dimos un caprichito y fuimos a cenar a un restaurante con jardín y a la luz de las velas una típica barbacoa laosiana. Te plantan en mitad de la mesa un cubo con brasas y tú mismo te cocinas la carne, verduras, noddles y sopa… todo junto y revuelto.


La cena estuvo muy divertida y nos pusimos ciegos de comida…y de bebida, para qué negarlo. Así que del restaurante al bar de al lado a seguir con unas birras y unos cóckteles más…vamos, que al final de la noche de camino a la cama íbamos la mar de contentillos… fue un punto final genial.


P.D: a la mañana siguiente, antes de coger un bus hacia nuestro siguiente destino volvimos a intentar lo de levantarnos a las 5 de la mañana para ver a los monjes... esta vez teniendo en cuenta que nos fuimos a dormir bastante tarde la noche anterior… el resultado fue aún peor si cabe que la primera vez. Nadia esta vez ni hizo el intento de despertarse así que los otros 3 nos despejamos un poco y medio en pijama bajamos a la calle hasta que oh sorpresa! … la dueña de la pensión había cerrado con llave la puerta principal…ya nos ves buscando y remenando cajones como posesos para poder salir…y nada de nada…de vuelta al balcón de la habitación para verlo desde allí hasta que oh sorpresa otra vez!...empezó a llover y sólo volvieron a salir los novicios con paraguas y a toda castaña…
Moraleja : no por mucho madrugar verás a los monjes mendigar!! 


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